sábado, 20 de octubre de 2007

NO HAY FORMA DE ORDENAR EL TRANSITO - 24/07/06


*Por Julio César Balbi Para LA NACION
Los vecinos padecemos día a día el descontrol de una urbe intransitable y caótica, pero en tanto la Ciudad de Buenos Aires no defina, con o sin un acuerdo con la Nación, una política de gestión para el tránsito y el transporte público en el ámbito de su territorio, ese caos no se va a resolver. Sin un ejercicio pleno de la autonomía de la Ciudad, el problema que representa para nuestra cotidianidad el tránsito no encontrará soluciones sustentables. La ausencia de una política de Estado y la superposición de jurisdicciones convierten la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires en una declamación vacía de contenido. Y, nuestra calidad de vida no puede quedar como rehén de una discusión jurisdiccional. Debe haber pocos servicios de transporte más porteños que el subterráneo y, sin embargo, la autoridad de aplicación que debe controlar la calidad de prestación de este servicio pertenece a la Nación. Al igual que las más de cien líneas de transporte colectivo automotor que circulan en la ciudad y cuyos recorridos se desarrollan en más de un 90% dentro de su territorio. Es necesario ampliar nuestra mirada sobre estos temas y avanzar en algunas reflexiones para poder diseñar una política que permita dar forma al proyecto de ciudad que queremos. Especialmente en un asunto tan importante como el que nos ocupa. Pensar la ciudad en un futuro nos obliga a diseñar bases a partir de las cuales se implementen las políticas de hoy. Las acciones de gobierno y la definición del papel del Estado están así estrechamente ligadas con ese proyecto de ciudad. Por eso es necesario repensar el modelo de Estado municipal y el espacio que le corresponde asumir como organización jurídica del entramado social. La autonomía municipal En principio, creo que este Estado municipal debe reunir tres condiciones ineludibles: ser funcional a los intereses de los diversos sectores sociales que se interrelacionan en su territorio; accionar como articulador de éstos, y actuar como garante de los intereses y derechos de los sectores sociales más desprotegidos. La complejidad de toda sociedad moderna, particularmente en el ámbito municipal urbano, indica que, para ejercer el poder de gobierno con plenitud, resulta imprescindible gozar de autonomía. Su identidad y pertenencia, sus medios de producción, sus recursos naturales, su desarrollo urbano, su desarrollo comercial, su situación sanitaria, sus niveles sociales predominantes, entre otros aspectos, definen por sí el rumbo de una política de gestión. La movilidad dentro del ámbito geográfico de la ciudad afecta en forma directa su producción económica, el derecho a un transporte público confortable, accesible y seguro, la calidad ambiental y con ella la calidad de vida de sus habitantes, entre otros aspectos de similar importancia. Por tanto, el tema del tránsito debe ser abordado desde un pensamiento estratégico. La posibilidad de imponer las condiciones necesarias para la búsqueda de soluciones al problema, también está vinculada a otra de las características indelegables del Estado, como lo es el poder de policía. El respeto como principio El ejercicio planificado del control debe imponer una nueva cultura que, desde el ejemplo de la propia gestión de gobierno, establezca las bases de una nueva cultura para el tránsito en la ciudad. Es hora de que, desde la propia gestión de gobierno, se imponga la cultura de la consideración por el otro, y esto involucra a las empresas de transporte, a sus usuarios, a los conductores de vehículos particulares, a los ciclistas y a los peatones. Es necesario comenzar con la defensa de los derechos de los pasajeros que, en un año, significan 1300 millones de viajes en transporte colectivo automotor, 233 millones en la red de subterráneos y 377 millones en las diferentes líneas de ferrocarril. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires está integrada en la Región Metropolitana. En función de esta integración, y pensando en ella, es que el gobierno de la ciudad debe establecer nuevas reglas en el sistema de tránsito y transporte público, y hacerlo con un pensamiento autonómico. No hay ordenamiento sin planificación, ni eficiencia sin control. Es tiempo de capacidad y de firmeza. Es tiempo de debatir qué ciudad anhelamos y cómo lo vamos a lograr. Los ejemplos de sistemas integrados de transporte aplicados en otras ciudades latinoamericanas -como el Transmillenium en Bogotá, Colombia; el Transantiago, en Santiago de Chile; o la Red Integrada de Transporte, en Curitiba, Brasil- son la expresión de un modelo de ciudad previo a su diseño. Primero el modelo, luego las políticas. Los parches a nuestro sistema de tránsito y transporte han fracasado y el modelo de ciudad continúa pendiente. En principio, sabemos que nuestro anhelo es el de una ciudad segura, transitable, con una notable disminución de los accidentes viales y con un transporte público que privilegie a sus usuarios. Fundamentalmente, una ciudad en la que la calidad de vida sea la mayor de nuestras preocupaciones y el respeto y consideración por el otro, el camino para lograrlo.
*El autor es director del Ente Regulador de la Ciudad de Buenos Aires

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